lunes, 13 de febrero de 2017

Medianoche en Niza y su Big Ben

No soy una gran fanática de las películas de Woody Allen, pero hubo una que a Juan Pablo y a mi nos encantó, "Medianoche en París"; una mágica historia de un hombre que encuentra sin querer una forma de viajar todas las noches entre el París del siglo XXI y el París de principios del siglo XX en donde va conociendo diferentes personalidades históricas en un bar de la ciudad. A qué viene ésta muy breve sinopsis cinematográfica? A que nosotros tuvimos nuestro propio "viaje bohemio" en una medianoche de la bellísima ciudad de Niza, en la Costa Azul de Francia.


Llegamos a esta ciudad en medio del viaje familiar, tras un largo recorrido de muchas horas atravesando y conociendo hermosos pueblos y ciudades del sur del país galo. Lamentablemente y debido a lo tarde de nuestro arribo (en plena noche) perdimos nuestro hospedaje. Con todo el cansancio encima dejamos la van estacionada y nos dividimos en dos grupos para recorrer los hoteles de la zona y tratar de encontrar donde dormir. Niza es una ciudad en la que si no estás atento es fácil perderse ya que muchas calles de su centro se parecen enormemente, y eso fue lo que nos pasó a Juan Pablo y a mí. Habíamos encontrado un hotel con lugar y precio medianamente accesible y cuando quisimos volver al vehículo nos hallamos dando vueltas en círculos. En una de las tantas idas y vueltas por los alrededores del hotel pasamos por adelante de un pub con fachada inglesa y nos resultó muy llamativo, aunque seguimos caminando. Finalmente nos reencontramos con el resto de la familia y nos encaminamos al hotel Helvetique (absolutamente recomendable!). El resto se fue rápidamente a dormir aunque no habíamos cenado nada. Nosotros también estábamos destruídos pero teníamos mucha hambre (y yo con mi hipoglucemia no puedo pasar tantas horas sin comer). Bajamos a la recepción del hotel y con una mezcla de francés, inglés y español nos hicimos entender con el hombre que amablemente nos explicó que a esa hora era casi imposible encontrar un lugar abierto. Al igual que en muchas otras ciudades de Europa todo sucede y termina muy temprano con relación a los horarios de la mayor parte de Argentina. Era casi la medianoche. En medio de nuestros estómagos ruidosos Juan Pablo me dice que le parecía que el pub que habíamos visto estaba a la vuelta de donde estábamos ahora. Decidimos probar suerte, y afortunadamente así era.

Aquí empieza la experiencia surreal de esa noche. El Big Ben, que así se llama, es un clásico pub con sillones enterizos en semicírculo, mesas de madera, copas colgando desde arriba de la barra  y vidrios de color. Me acerqué al mostrador y le pregunté a la mujer que atendía si tenía algo para comer. A medias le entendí a la que supuse dueña y encargada que si, que nos iba a preparar algo especial. Me volví al asiento y nos trajeron la carta de bebidas. Hay que decir que para los amantes de la cerveza es un paraíso por su calidad y variedad, además de muchísimas otras opciones. En el interín nos pusimos a observar a nuestro alrededor. La dueña o encargada que me había atendido antes era todo un personaje: los ojos completamente pintados de negro, al igual que su ropa, la voz ronca y un vaso de whisky en la mano; el otro chico que atendía vestía sólo chaleco sin camisa y pantalón de vestir, con un sombrero bombín, también todo negro y con los ojos delineados. La gente alrededor también parecía salida de una película, grandes bigotes, pipas, y mucho cigarro. Las chanzas iban de una mesa a la otra y los brindis se sucedían. Nos miramos y nos reímos. En el interín de la espera bajaron la persiana de acceso y quedamos adentro del bar como el resto de los parroquianos. Nos trajeron un sándwich gigante de mucho jamón y cosas ricas que no supimos identificar, junto con papas fritas con wasabi y las cervezas: una de Bélgica y una de Francia, servidas en bellisimas copas diferentes entre sí. Es difícil lo explicar lo sabroso que estaba todo, y la excelente calidad de las bebidas, sobre todo porque perdimos todo registro. Juan Pablo había salido sin su celular, el mío estaba casi sin batería así que alcancé a tomar una o dos fotos con un par de notas, y las cámaras de fotos se estaban cargando en la habitación del hotel. Me era muy difícil no recordar la escena de Medianoche en París donde Owen Wilson llega por primera vez al bar. La encargada y el mozo conocían por nombre y apellido a todos los otros presentes que se encontraban allí, a los que les bromeaba mientras se encendía un cigarrillo tras otro, al tiempo que alguien despuntaba un par de acordes en guitarra. La alegría que reinaba era contagiosa y nosotros éramos testigos. Cuando nos íbamos le pregunto a esa mujer tan particular por donde salíamos y nos llevó al fondo del lugar y nos hizo salir por una pequeña puerta que daba a un callejoncito muy francés. Luego que la puerta se cerró y escuchábamos como adentro la fiesta seguía entre esos viejos amigos nos volvímos a mirar y nos volvimos a reír, y lo seguimos haciendo hasta que nos dormimos.
niza francia
Costa de Niza (Francia)

Quiso el destino que yo perdiera mi celular en una estación de servicio en una autopista camino a Venecia, y allí se quedaron las únicas fotos y notas sobre este lugar. Al principio me dolió pero ahora hasta me alegra, ya que es algo que quedará en nuestra cabeza de manera íntima aunque se los cuente aquí. Con el tiempo y buscando en Internet sobre éste lugar, me entero de que accidentalmente habíamos llegado AL bar de Niza. Éste es sin lugar a dudas mi recuerdo preferido de todo el recorrido por Europa, por lo "escondido", por lo inesperado y por lo abstracto. Es una prueba de que a veces lo mejor de un viaje te sucede de manera totalmente imprevista y casi al azahar, y que no todos los recuerdos se pueden atesorar en fotografías.

Información:
Dirección9 Rue Alberti, 06000 Nice, FranciaTeléfono: +33 4 93 80 09 74

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